miércoles, marzo 07, 2007

UNA DEUDA PENDIENTE.



Me parece inoportuno e inapropiado preguntarse a cada instante el por qué suceden las cosas. Sin embargo, a raíz de lo que me sucedió esta mañana… Me pregunto ahora: ¿Qué tan conveniente es no preguntárselo?
A menudo me despierto a las ocho en punto de la mañana. Hoy no fue la excepción. A pesar de eso, antes de salir de casa noté que las llaves de mi vehículo no estaban en el lugar de costumbre. Enseguida y por culpa de sus hábitos, sospeché de mis dos gatos: “Berlín y Foster”, pero descarté la posibilidad al recordar que habían muerto hace quince años.
El tiempo seguía transcurriendo y mi hora de entrada al trabajo se me venía encima como una suerte de avalancha. Decidí que ya era tarde para seguir escudriñando entre la ropa sucia y otros puntos absurdos donde pudieran estar mis llaves; decidiendo así, usar un taxi.
Al bajar, noté con extrañeza que el tráfico habitual de la hora no estaba en su sitio. La avenida marchaba al ritmo de un día festivo. Miré la hora en mi reloj para cerciorarme de no haberme adelantado al despertador, sin que éste fuera mi caso. Como es normal, revisar la hora en un reloj no toma sino algunos segundos. Hago la referencia por el hecho que al levantar la mirada, ya estaba ahí… Aguardando a que me subiera. No me percaté en qué momento llegó, fue tan repentino como la mismísima muerte. Era el único taxista por los alrededores. Tuteándome me preguntó si quería ir a algún sitio. De inmediato rechacé la propuesta respondiéndole con un tono más bien indiferente y desconfiado; alegando que estaba esperando a alguien.
Me pareció sospechoso que el conductor insistiera en llevarme. A pesar de que su rostro se me hacía familiar, pensé por un momento que se trataba de una especie de “secuestro express” o algo parecido. Por segunda vez rehusé su oferta, aunque en ésta imprimiéndole un tono más enérgico a mi negativa.
Sin quitarme la mirada de encima, el sujeto adelantó lo suficiente como haciendo amagos para marcharse. En ese momento me percaté que en el asiento trasero, alguien había dejado una billetera olvidada. Convencido de que el chófer no la había visto, entendí que la suerte estaba a mi favor y le pedí que se detuviera para subirme a su taxi.
Durante el trayecto, no hice otra cosa sino permanecer en perfecto silencio. Yo viajaba sentado sobre la billetera resguardándola del chofer, evitando así que éste pudiera verla a través del retrovisor.
A solo unos metros de mi oficina, el taxista se detuvo a un lado de la calle con suma precaución y me recordó la tarifa por sus servicios. Lentamente sujeté la billetera extraviada y la guardé en uno de los bolsillos vacíos de mi pantalón. Casi con el mismo movimiento saqué la mía del otro bolsillo para así poder pagar la tarifa planteada.
Con dinero en mano, El chófer no me dio la oportunidad para agradecerle sus servicios; prácticamente desapareció entre la desolación de la calle como un disparo al vacío. Su manera de conducir me evocó el accidente del cual fui víctima, consecuencia de un taxista que conducía con el mismo criterio de irresponsabilidad. A pesar del mal rato de entonces, le resté importancia a mis recuerdos y aceleré el paso. Mi hora de entrada estaba literalmente rozándome los talones.
Como si no fuera una decisión propia, me detuve por acto reflejo. ¿Cómo supo éste señor dónde trabajaba si nunca lo mencioné? Sin una respuesta sensata a la mano, le resté importancia y supuse que si le había dado la dirección.
Enseguida saqué la cartera olvidada de mi bolsillo y la abrí para contar el botín: Cinco billetes de cien bolívares perfectamente acomodados era el único capital del descuidado. Acto seguido me pregunté: ¿Quién anda por la calle con cinco billetes de cien a estas alturas del año 2007? Considerando que el billete de menor denominación es de mil y éste no alcanza ni para confites de segunda en algún kiosco de esquina. La curiosidad se interpuso ante mi puntualidad y seguí revisando la billetera.
A medida que hurgaba, se incrementaba la familiaridad por las cosas que ahí se encontraban. Tanto, que supe el lugar preciso en donde encontraría los documentos del dueño.
Mi corazonada era cierta, aunque adversa a mi credulidad. Reconocí que esa billetera era mía, también sus documentos. Era la misma que portaba esa mañana de agosto del 92. Me aterraba la coincidencia de que un día como hoy hace quince años en el taxi donde viajaba, salí disparado a través de la ventana a la misma velocidad con que el vehículo se estrellara a toda marcha contra el poste del alumbrado que aún se encuentra a solo unos metros de mi oficina.
De ese episodio, solo recuerdo haber despertado en una cama de hospital. De mis pertenencias nunca más supe de ellas; y del taxista, recuerdo perfectamente haber leído en la prensa que había fallecido al igual que su pasajero lo hiciera veinticuatro horas después en un Hospital situado al este de la ciudad.

martes, febrero 06, 2007

GUÍA DE BOLSILLO PARA DESENMASCARAR A UN ARROCERO EN TU FIESTA.


Con este manual de bolsillo, usted quedará completamente capacitado para identificar de una manera más práctica y efectiva a cualquier arrocero indeseable en sus celebraciones y/o fiestas, quinceaños, bautizos, cumpleaños, graduaciones y bodas. Además, esta guía es perfectamente aprovechable a la inversa, es decir, usted quedará entrenado para ejercer profesionalmente el arte de arrocear en cualquier evento que no haya sido invitado. Solo aplique nuestros consejos de detección de arroceros, pero al contrario.
Así como lo oye, haremos de usted todo un profesional en este oficio, porque aunque usted no lo crea, el ser arrocero requiere disciplina, arte y sobre todo descaro. Arrocear en las fiestas es una profesión, tal cual como un abogado, administrador o ingeniero, y en algunos casos hasta una forma de vida.

1. Lo primero que usted debe saber es que un arrocero normalmente no trabaja solo, lo hace en equipo, es decir, se mueven en grupos. Esto significa, que usted no tendrá que lidiar con un solo indeseable en su fiesta, sino con varios.

2. Es fundamental tomar en cuenta los exteriores del lugar donde se celebra el acontecimiento. Usted podrá ahorrase muchos dolores de cabeza si actúa desde el principio. Los arroceros antes de entrar en acción, merodean las adyacencias del lugar en busca de información que les permita un ingreso menos traumático, por ejemplo: El nombre de la quinceañera, los novios, el que está de cumpleaños , etc.
Para contrarrestar este primer paso, hay que picar a’lante. Lo mejor es contratar a una compañía de seguridad para pedir invitación en la entrada. Sin embargo, si su presupuesto está ajustado o limitado, es decir, si es usted un pelabolas, recomendamos establecer una comitiva de seguridad entre los propios invitados. Cada cual ejercerá de guachimán rotándose cada treinta minutos con otros invitados para que de esta manera ninguno se pierda la fiesta.
Es indispensable llevar un cuaderno de sucesos y usted como dueño/a de la fiesta, deberá supervisar las anotaciones para prevenir el ingreso al recinto del indeseable. Cualquier novedad no atacada en su momento podrá ser irreversible. No olvide que una vez el arrocero traspase este primer filtro, su fiesta tendrá los minutos contados.

3. Una vez adentro (El arrocero) mostrará una conducta más bien reservada, hará lo posible para pasar desapercibido. Esta actitud es perfectamente identificable, normalmente miran hacia el suelo y permanecen en rincones alejados del bululú, evitando de esta manera un contacto directo con usted.
4. El siguiente paso del arrocero, será cuadrarse con algún mesonero. Sin que este lo sospeche, quedará envuelto con la labia intrépida y suspicaz del indeseable, haciéndole creer que es alguien muy allegado al agasajado, por ende, el objetivo principal del bastardo que es caña y comida en abundancia, quedarán perfectamente cubiertos.

5. Un arrocero profesional siempre trae consigo un encendedor, de esta manera aplicará la estrategia del caballero dispuesto a encender cuanto cigarrillo se le atraviese para poder martillar los de su consumo personal.

6. Los arroceros experimentados, cuentan con un sentido del oído híper desarrollado, los muy malditos son como murciélagos entre la oscuridad del recinto, siempre atentos a la conversación de algún vecino para obtener datos del agasajado que le pueda ser útil para defenderse a la hora de ser descubiertos.

7. En caso que haya buffet en la recepción, el muy muerto de hambre será uno de los primeros en la fila, no olvide que su principal objetivo es comer hasta reventar.
Posponer esta medida para luego, representará un riesgo que él no estará dispuesto a correr.

8. Una vez el arrocero se integra a un grupo y ha hecho hasta amigos (muy probable que sean familiares suyos) es el primero en romper el hielo y comenzará a regar entre los invitados que la fiesta en cuestión es una verdadera mierda. Criticará la comida, la bebida y rematará la faena destructiva perjudicando seriamente la imagen del agasajado.
Es que los muy hijos de puta, no son solamente chulos y abusadores, también son exigentes y desagradecidos.

9. El primero en emborracharse en la fiesta adivine usted ¿quién será? Si su respuesta es el arrocero, hasta ahora no ha perdido su dinero con este manual de bolsillo.
Cuando el muy granuja se emborracha, significa que la etapa de desinhibición a traspasado los límites, por consiguiente, cada mujer que se encuentre en el recinto corre peligro, especialmente la suya, o peor aún, puede ser su propia hija la victima del mal nacido. Es que en este nivel, los arroceros no distinguen ni lazos ni vínculos, solo oportunidades para rozar nalgas ajenas, sacar a bailar a la primera que se le ocurra (normalmente a la fuerza) o si no, intentar con cualquier recurso arrastrarse a cualquier fémina de la fiesta para cerrar su jornada laboral con broche de oro.
Si usted es afortunado, el arrocero solo le meterá mano a sus invitadas, porque hay casos que a estos mequetrefes no se les ocurre otra cosa sino ponerse a buscarle peo a cuanto varón se le atraviese por el medio. Se dan la tarea de montar cañones a quien lo mire, manejan los improperios y las provocaciones magistralmente normalmente cuando se saben descubiertos.
A estas alturas de la fiesta, nuestra estricta recomendación es que se haga el güevón, ya que un arrocero borracho y desenmascarado, normalmente acaban con las fiestas a coñazos.

10. Por muy profesional que sea, no olvide que el arrocero es de carne y hueso, por lo tanto, en cualquier momento de la fiesta, debido a tanta comida y bebida, se vomitará en cualquier parte del salón para seguir engullendo. Normalmente, cuando éste es el caso, lo hará muy cerca suyo, incluso usted o alguno de los suyos, cuentan con las mayores probabilidades de ser salpicados.

11. Para finalizar, nuestro último consejo, en esta su guía de bolsillo para desenmascarar a un arrocero en tu fiesta.
Un arrocero por muy experto que sea, a menudo tiene su caída, es decir, su talón de Aquiles. Tenga en cuenta que son descarados y con regularidad abusan de su propia suerte. Por lo tanto, siempre, óigame bien, SIEMPPRE, buscarán la manera de coronarse con una botella debajo del flú y salir con dicho recuerdo como que si nada ha pasado. Si este es el caso, es porque la fiesta ya terminó o está muy cerca de terminar, eso quiere decir que en el recinto de seguro quedan muy pocos invitados, por ende, el riesgo de que le arruinen la fiesta prácticamente es nulo. Lo que usted no debe hacer es: Nunca, óigame bien, NUNCA llamar a la policía. De hacerlo perderá su mejor oportunidad de aplicar la justicia literalmente con sus manos.
Consígase todos los esbirros que pueda, háganle la respectiva rueda de pescao (No olvide quitarle la botella que lleva bajo el sobaco primero, usted no querrá perder más dinero) y cuando esto suceda, usted y los suyos, hagan lo que tuvieron que haber hecho desde el comienzo en las adyacencias del recinto. Sea creativo y sobre todas las cosas, no deje su “guía de bolsillo para desenmascarar a un arrocero en tu fiesta” a un lado, lea cada una de las situaciones para que le dé más arrechera y pueda cobrarse una a una las fechorías de la sanguijuela.

Nota importante: Ya que usted adquirió y conoce todos los por menores de esta su “guía de bolsillo para desenmascarar a un arrocero en tu fiesta” le damos esta última sugerencia.

12. En su próxima fiesta, ahórrese tiempo y dinero, y si llega a ver a cualquier persona que usted no conozca cerca del lugar de su recepción, no pregunte, no medie palabra alguna, simplemente reviéntelo a coñazos.

viernes, enero 12, 2007

LAZARILLO PARA DOS.


Antes de interesarme en su nombre y preguntárselo, compartió conmigo ciertos datos anecdóticos de su niñez y de cómo habían cambiado las cosas desde entonces. Al principio, me vi tentado a interrumpirle e ir directamente al grano, me refiero a comprarle el Kino a ese viejo que pregonaba a cuatro vientos que llevaba consigo el que ganaría el sorteo.
Confieso que me importan muy poco los juegos de envite y azar, a pesar de eso, caí en la tentación y mordí el anzuelo de su estrategia, sin embargo sentí en ese momento, que para comprar un Kino, no tenía que pagar un peaje de escucha indispuesto.
Lo insólito es que no me di cuenta cuando empezó a interesarme su relato, tampoco recuerdo qué dije o qué no, para que éste comenzara a narrarme su crónica personal.
Yo tenía otras cosas que hacer, por lo visto menos importantes queseguir allí, escuchándolo... Pensé que todo aquello que me contaba, lo traía consigo esperando al afortunado ganador de alguna especie de rifa, cuyo premio no era otro sino la clave de cómo debe ser vista la vida, y entonces poder entregar el testigo de tanta sabiduría. Aparentemente... yo era esa persona.
Hoy a esta hora y después de tantos días, para mí sigue siendo un enigma cómo logró percatarse en un momento de nuestra tertulia, de que yo no le veía a la cara mientras me hablaba. Era claro que Asdrúbal, o mejor dicho, don Asdrúbal Herrera, era invidente, pero debo reconocer que el viejo tenía razón, justo en ese instante de nuestra conversación, no le miraba a él sino a un par de tetas rabiosas y ladronas de aliento que vestían de gala la salida del metro, a medida que emergían desde las escaleras mecánicas hasta la superficie del boulevard.
Recuerdo con claridad no haber hecho ningún comentario al respecto, no quise ofenderle, o peor aún, restregarle en la cara de lo que se perdía, inclusive, yo miraba a la mujer de reojo, y eso que Karina "mi esposa" no estaba conmigo, de seguro lo hice acto reflejo, producto de andar siempre en compañía de sus celos agoreros y aguafiestas.
El viejo me sorprendió y me hizo dudar de su ceguera en el instante que comentó con picardía lo buena que estaba la susodicha. Lo miré con desconfianza directamente a los ojos para intentar desenmascarar su falsa ceguera y como si él supiera que intentaba inspeccionar a través de sus lentes, se los quitó sin mayor vergüenza y me confirmó su condición. Eso me impresionó, acto seguido, él sonrió, arropó sus tinieblas y continuó su historia.
Después de un buen rato haciéndonos compañía, quise despedirme, no sin antes pagarle casi a la fuerza el Kino que no quiso cobrarme y preguntarle el porqué de dos perros. De inmediato se le escapó otra sonrisa y de primero, me presentó a Ángel, según él, su amigo inseparable durante los últimos catorce años. Me contó brevemente algunas anécdotas y lo fiel que había sido su perro amigo desde que lo escogió como lazarillo. El segundo, un perro catire al que llamaba "el gallego". Un animal mucho más joven y por demás el nuevo lazarillo de ambos. Ángel con el tiempo, también había perdido la vista, y como su dueño y amigo, necesitaba de un lazarillo.
Asentí con agrado su explicación y don Asdrúbal me miró de frente, como si realmente pudiera verme, concluyó la conversación con la sabiduría que compartió conmigo durante aquel rato diciéndome que como Ángel ninguno; que este merecía toda su confianza, pero que una cosa es la amistad y otra la estupidez.

lunes, diciembre 04, 2006

A MIS 34...


A mis 34 he sentido en mis puños la fragilidad del que pierde, en otras ocasiones, mi rostro ha padecido esa cruel realidad.
El temor por la edad cada noviembre me confunde. Al principio, le temía a la lentitud de los hechos y me adelanté tan aprisa, que no supe darme cuenta que adelantarme no era lo que quería, lo que quería era vivir…
Hoy la incertidumbre no me hace mella, siento que he visto lo suficiente como para no querer saltarme más peldaños sin haber probado los que me tocan.
He roto mil ilusiones, sobre todo las que no me han pertenecido.
No fui capaz de alzar la muerte con mis manos por temor a que fuera cierta.
Renuncié a mi padre sin que el lo supiera y cuando quise volver, el me estaba esperando.
De la pasión por el deporte y medallista a adicto a las drogas, de drogadicto a catequista, de catequista nuevamente a volverme adicto, aunque en aquel entonces a mentir despiadadamente. De rebelde a rebelde, y aqui, sin boleto para retornar . De soñador a mendigo y paulatinamente me convertí en lo que soy. Hoy al único que engaño es al engaño cada vez que le miento al decirle que tendrá otra oportunidad…
Algunos nombres se me escapan de la memoria, pero aún soy capaz de reconocer el aroma que arropaban sus pieles. He sido fugitivo de mi mismo y siempre me he hallado in fraganti frente al espejo consecuente y delator.
Me he alejado sin decirlo y cuando regreso, lo único que he podido decir es lo que cuentan mis ojos. Vivo al extremo, aunque me aburre cuando se hace rutina.
Nunca he podido callar cuando mis vísceras se adueñan de mis cuerdas vocales.
Soy incapaz de saludar por compromiso, mucho menos por cortesía, no me gusta que me vean como no soy. He sido líder de mi mismo desde que me harté de perseguir.
Caminé tanto que decidí comprarme un carro, conduje tanto que preferí quedarme dormido y dormí tanto que hoy me preocupa que llegue el día que me quede sin mi insomnio y perderme las noches sedientas de mi pluma.

Me complace saber que algunos episodios de mi vida, solo han sido eso. Me distraigo con facilidad, sobretodo cuando estoy distraído.
Confío en mí, aunque a veces me convierto en mi peor zancadilla. Creo en la verdad pero nunca en quién jura no haber mentido.
No soporto el perfume barato.
No le temo a la soledad, quizás, porque nunca lo he estado del todo.
Se de donde vengo y me gusta creer saber hacia donde voy, aunque a veces me distraiga por el presente. Hago apuestas conmigo mismo y a menudo se convierten en obsesión. No tengo grises, solo los dientes, producto del cigarrillo y no por sonreír cuando no me apetece.
Mi peor enemigo, siempre se me olvida cuál fue.
He sido cruel cuando no queda más remedio que decir la verdad.
Me aburro muy fácil de los aburridos, también del presumido, pero aún más del que se queja sin haberme pedido permiso para hacerlo.
Admiro al anciano dispuesto a aprender, de igual modo, al que no se cansa de contar lo que muchos ya ni quieren oír. Soy un híbrido de poesía y sarcasmo infectado de verdades.
No entiendo para que hablar cuando ya no hay nada que decir.
Me he cansado de estar cansado y por eso he vuelto a empezar. Desconfío de los que adulan y respeto al que se mantiene al margen de lo que no le pertenece.
No me ando con rodeos a la hora de fantasear y cada vez que despierto, me doy cuenta que prefiero quedarme por estos lados de la realidad, esperando a que corran los años para los mortales, mientras yo sigo haciendo lo mío, con los que nunca mueren. Escribiéndolos…

sábado, diciembre 02, 2006

¿POR QUÉ ESCRIBO?


Mi deseo por escribir, a menudo se ve opacado por culpa de la ilusión que me hace aprender a hacerlo. Sin embargo no sabría explicar, si lo más sensato es excusarme con tratar de hallar la técnica apropiada o es otra de las innumerables razones que me invento para seguir escribiendo.
No me conviene citar causas o motivos, no quisiera mentir, ya que ninguna por si sola responde a este logaritmo indescifrable.
Para quien se haga la pregunta de que siento cuando escribo ,no tengo una respuesta lógica, quizas porque nunca me lo había pregunatdo hasta ahora, aunque podría intentarlo, aún sabiendo que corro el riesgo de pecar de injusto al decirlo con una sola idea...
¨El perfume a vida que emana la tinta, una hoja en blanco y una historia por comenzar¨, sugiere alguna pista?

Estoy convencido que la ficción no se inventa, se padece. Por eso la aventura de escribir, siempre me hará caminar en círculos desde el mismo punto de partida, para dejar que los verdaderos protagonistas me rebazen y busquen explicaciones de su existencia desde que cobran vida, efectivamente, tal y como se lee, ¨vida¨, una tan real como la que se les escaparía de no ser por la pluma ansiosa de dársela.
Ahora que me pregunto de por qué escribo, me siento más lejos de una respuesta puntual, aunque entiendo con mayor claridad que cambiar al mundo no es una de mis razones, pensar que puedo lograrlo, no es sino una ilusión adolescente que se ha marchitado a medida que envejecen mis noviembres, a pesar de eso, escribir siempre será mi primavera, mi aspirina, mi pasaporte listo para salir de aqui.
Como escritor no debo pretender que me escuchen, yo tengo muy poco que decir, aunque no podría decir lo mismo de mis personajes que en mis páginas, alzan la voz para decirle a quien los lee, lo que interpreta.
Me gusta pensar que cuando escribo doy vida a quienes ni el tiempo podría quitársela, ni siquiera a aquellos a los que yo decida que han de morir.

Resumiendo, escribo porque si, y una sola razón no me basta, sufro de esa extraña enfermedad de querer decir lo que pienso que otros les gustaría escuchar, empezando por mí, y si he de escoger entre la carne y los huesos que me circundan a diario o seguir escribiendo y darle vida a la nada, me quedo con la segunda, eso si, no sin antes exhortar a las partes para que lleguen a un acuerdo de convivencia entre mortales y los que nunca lo harán, ¨mis personajes¨...

miércoles, octubre 25, 2006

PARA QUÉ LOS VENEZOLANOS USAMOS RELOJ?


Se dice que la tarjeta de presentación del venezolano es la impuntualidad. Sin embargo existe una buena parte que desmiente ese mito, aunque según los impuntuales, somos mayoría.
Contrariamente al puntual, que asume esta cualidad como una condición invaluable a la hora de empezar, hay de algunos, que terminar es lo más importante, aún sin saber por donde se empieza.
¿Qué pasaría en el mundo si todos asumiéramos una postura despreocupada ante la impuntualidad?
Mentiría al decir, que a la mayoría de los venezolanos le despreocupa las consecuencias de esta interrogante.
Los eruditos en la materia aseveran que el respeto al prójimo, en este caso "la puntualidad", es uno de los factores para medir la cultura de un pueblo, es por esto que propongo un viaje desde estas coordenadas, para imaginarnos ¿cómo serían las cosas, si los Londinenses fueran Caraqueños y viceversa?
Para empezar: el reloj de “La Previsora” no sería digital, marcaría la hora correcta y estuviésemos invadidos de turistas dándole la vuelta los 360° para apreciarlo al detalle tal y como aparecería en las revistas más reconocidas del turismo internacional. Mientras tanto, en Londres, en el Big Ben o “El guardián de la hora”, como también se le conoce; justo en la edificación de la torre, funcionaría una sala de cines, y el majestuoso edificio del parlamento, estuviese impregnado de oficinas, tiendas de celulares y un sin fin de coleados de la tan prolífera economía informal.
El tradicional té de las cuatro en punto, no existiría, remplazado por el impuntual “perro con todo” del transcurso de la tarde en las adyacencias de la Plaza Venezuela.
En la base de cada una de las caras del reloj, en lugar de la inscripción en latín que dice: “Dios guarde a nuestra reina Victoria I”, no es difícil imaginarse lo que se leería en perfecto criollo y en letras mayúsculas…

Durante los últimos años hemos escuchado que la sociedad está dividida en este país, y es verdad, “puntuales e impuntuales”.
El venezolano es impuntual por tradición, está en su estirpe, en su casta, en su cultura arraigada a la inexactitud. Es preferible cambiar la bandera o hasta el mismísimo nombre de la patria, como se ha hecho hasta ahora, pero no este patrimonio tan importante, de ser así, daríamos el paso más relevante para convertirnos en un país desarrollado, que respeta al tiempo y le venera, pasaríamos de inmediato del tercer mundo al primero; y la verdad es que aún no estamos preparados para lucir ese adjetivo.
Visto así, me atrevería a decir que la orquídea, el araguaney, la arepa, el pabellón, las hayacas, el turpial y la impuntualidad, seguirán siendo los patrimonios nacionales. Aunque pensándolo bien, o mejor dicho, pensando como un venezolano, no todo es malo en eso de la impuntualidad.

¿Qué pasaría con los vuelos y todo el trajín del aeropuerto? Los puntuales ya habrán hecho la fila interminable por ti, al fin de cuentas, en este caso en particular, si se es puntual con el límite de la hora permitida para ser impuntual, no solo te evitas la cola, sino corres el riesgo de salir premiado por tu retraso, bien sea con el tan esperado loto del “up grade”, o ¿por qué no? recibir una noche más en un confortable hotel incluyendo hasta viáticos inesperados…
¿Y todo gracias a quién?… A los que madrugaron por ti.

En una entrevista de trabajo, no está muy bien visto… pero no deja de ser conveniente, al fin de cuentas, que más da, si de igual modo te harán esperar.

Si hablamos de una cita a ciegas, la impuntualidad es imperativa. Será tu única puerta con el cartel de salida de emergencia disponible para escaparte de no ser lo que esperabas.

En el coito, la puntualidad a los varones nos deja muy mal parados. Para una mujer nada como un hombre que en la cama, llegue más tarde que nunca.

Para ir a votar, hay quienes desperdician sin razón alguna un día entero para hacerlo, total, las mesas de votación siempre cierran más tarde de lo previsto. Esperando al impuntual...

Los impuntuales están contentos con el tráfico como está, salen siempre tarde, esperando no conseguírselo para llegar a tiempo gracias a un milagro y así poder alardear, incluso sentirse ofendido si se les hace esperar. Es que el descaro del impuntual es tan extenso como sus excusas.
La regla de oro del impuntual será llegar cuando pueda, eso sí, sin retrasarse más de la cuenta, de lo contrario quien le espera, probablemente desista de esperarle y luego tendrá que esperar por el, cualquier otro día.

Hay quienes piensan que una agenda electrónica es la panacea a la impuntualidad. Sin embargo, hay millonarios que nunca llegan y pobres que se cansan de esperar.
La verdad es que ninguno tiene la razón, ni la culpa, hasta el tiempo llega tarde cuando es necesario, sobretodo para los impacientes, ninguno considera al otro, uno por la premura y el otro por retrasarse.

“Más vale tarde que nunca”, de seguro lo dijo un venezolano por primera vez.
Los más farsantes se sinceran al momento de usar la hora. Desconozco otro país en donde se paute una cita formal con un margen de dos horas o más, de diferencia.
La frase: “después del almuerzo” puede prolongarse hasta el día siguiente.
“En el transcurso de la mañana”. Expresión que he investigado a fondo y aún sigo sin dar con el reloj que marque esa hora.
Cualquier hora con el sufijo, “y pico”, puede llegar a parecerse a la trocha.
“Mañana a primera hora”, es una cita que incita al terror para el impuntual, porque en esta ciudad sobrepoblada es innecesario tentar al tiempo si se cuenta con la fortuna del final de la tarde.

A los impuntuales el tiempo se les pasa volando, al puntual, el tiempo apenas le rinde lo necesario.

Es verdad que en una sociedad donde el tiempo no se respeta, se apresuran las calamidades del vicio y del facilismo. A pesar de tantas razones para ser impuntual, “según la picardía criolla” no se puede aspirar a salir de la pobreza, tan rápido como somos incapaces de llegar a una entrevista de trabajo a tiempo.
Con esta mentalidad, cada vez se hace más cuesta arriba estar cerca de lo que no sabemos su traducción literal “el fulano desarrollo”, de su forma de vida y del irreconocible respeto al prójimo, que tanta falta nos hace a los que habitamos por estos lados del mundo incivilizado.

lunes, octubre 23, 2006

CON UN PAR DE GOTAS ES SUFICIENTE.


Cada vez que llueve en Caracas, llegan consigo dos elementos irreversibles: trancas interminables y un cambio de guión para la vida de los caraqueños. A pesar de sus distintas formas de llamarla, son muy pocas las veces que arrecia en la ciudad. Aunque una gota, siempre será suficiente para colapsar el tráfico, ya de por sí inmerso en el caos constante y superlativo, cobrando con sus trampas camufladas de asfalto, seguramente más de un amortiguador.

Sin embargo, el tráfico no es el único protagonista cuando llueve en Caracas. Una parte de esa lluvia se da la tarea de alimentar suculentos jardines, mientras la otra, transgrede y somete a los techos vulnerables e incapaces de protegerse de ella. Desde allá arriba, su presencia recuerda, que Alí Primera tenía razón
Cada gota ofrece un sonido distinto a quien las oye con el color de su propio significado. El indigente, por ejemplo, le saca provecho solidificando sus grasas y sabiéndose cuerdo en medio de tanta locura, mientras ve huir de ella a la mayoría, como si de la peor de las pestes se tratara, alegando pulmonías improbables, o simplemente defendiendo la reputación de sus estilistas.

En Sabas Nieves la gente se refugia como puede, mientras el resto del cerro, siempre sediento de ella, se sacia para seguir siendo pulmón.
Mientras tanto, del otro lado del Ávila, habrá quien asocie cada gota al miedo de una vez más y a las lágrimas por sus muertos de aquel día incapaz de escampar en la memoria.
Motorizados resguardados bajo el puente de turno, protegiendo sus calzados con bolsas improvisadas, ya son parte de nuestro patrimonio urbano.
Como en cualquier ciudad, la lluvia moja de diferentes colores, pero en Caracas no es el color lo que cuenta, sino la disposición de mojarse o no, y cuán conveniente es.
Para los buhoneros, es una razón contundente para no llevar el pan a sus casas, mientras en los clubes de la capital con sus exuberantes piscinas, todos desertan inexplicablemente, incoherentes y apresurados, por lo inapropiado a mojarse con otro tipo de agua que no contenga cloro, ni orina.
Casi siempre, irreverente e inoportuna para los desaciertos desde Cagigal, hace que nuestra cultura se mofe, contraria a otros países, a las recomendaciones del tiempo.
Sin mencionar a la carretera panamericana, jugando al asesino en serie divirtiéndose o simplemente ganándose la titularidad en la prensa mezquina y sedienta de sus atrocidades cada vez que llueve sobre ella.
En fin, La lluvia en Caracas rocía a una ciudad y a sus habitantes con la gota circunstancial del momento, y para resumirlo. Cuando llueve en esta ciudad, no solo cae agua del cielo, sino recuerdos, sentidos e historias insospechadas, alteradas o simplemente pospuestas

Tortura multicolor


De haber protestado airadamente en ese momento, las cosas no habrian cambiado a su favor, todo lo contrario, tantas charlas al respecto emergerian instantáneamente para llevarlos al mismo punto de partida, sin mencionar que ya estaban allí, ese era su plan y contradecirlo, sería avivar el mismo sermón que predicó desde que salieron de casa: “Para vestir no hace falta una marca, sino buen gusto”

Jonás no lo creía, lejos de una enseñanza, más bien parecía una suerte de penitencia por algo hecho o por hacer, e irremediablemente ese era el precio que tenía que pagar.

En medio de tanto desorden, apenas podía decidir cual de todas esas camisas era la que menos le gustaba. Tantos colores mezclados en una sola repisa lucían antagónicos a la filosofía de su padre.

Mientras descartaba con su mano asqueada al contacto con tanta ropa de mal gusto y peor aún, sin marcas reconocidas, el joven muchacho no dejaba de imaginar: ¿ qué pensaría Jimena al verlo vestir cualquiera de esas camisas que emulan la lástima y el desprecio que produce una mascota sin pedegree en adopción?
Para Antonio Castañeda, su padre, era mucho más sencillo que eso. Pensar en Jimena o en el resto de los compañeros de su hijo en esa fiesta de fin de curso, era irrelevante. Cada cual sustentaba su visión con convicción y argumentos razonables.
Su padre era incapaz de entender, que esa fulana marca, “como el la llamaba” era capaz de cambiarle la cara a su hijo, inclusive su actitud, su seguridad y hasta su liderazgo, pero al fin de cuentas, eso para el no venía al caso.
Lo único claro es que mientras Jonás recibía más sugerencias por una o por otra camisa, más intensidad le sumaba al sentimiento de odio que sentía por su padre en ese momento.
Se sentía en medio de una batalla desigual, sin dinero y sin un solo aliado que le ayudara e escaparse de allí, o al menos sugiriera alguna otra tienda con firmas reconocidas y no, ese cementerio disfrazado de carnaval tan inapropiado, tan detestable.
Todo lo que allí vendían no era más que una crítica, una burla o peor aún, un desplante proveniente de Jimena.
Mientras más caras de desaprobación hacía Jonás, mayor la insistencia de su padre. La tentación por gritarle la verdad a la cara, estaba a punto de ver la luz, sin importar las consecuencias, incluso era preferible no asistir a la fiesta, alegando cualquier excusa poco creíble, pero el dilema si dejar a Jimena sola en medio de tantos lobos hambrientos de ella, era tan fuerte como la angustia de presentarse allí, vestido sin una marca y verse rechazado por culpa de la etiqueta.
Desesperado, pensó en Kike, su hermano mayor, pero este plan tampoco funcionaría, su ropa era intocable, al punto de acorralar las dos puertas de su closet con cadenas y candados que solo él conocía el escondite de la llave.
No había vuelta atrás, había que tomar una decisión y rápido, su padre estaba convencido que la camisa que sujetaba con aquel dragón escupiendo fuego, era la más bonita de todas, simplemente porque cuando la sugirió, no obtuvo una carota como respuesta. Jonás no le había prestado atención inmerso en su dilema, se debatía en su interior por hallar una salida sensata.
Al percatarse, solo dos cosas quedaban por hacer: recurrir a la manipulación, o la más cruel de todas, rendirse y aceptar su destino del hazmerreír en la fiesta.
Tantas ideas para manipular a su padre corrían como pólvora por su mente, desde hacerse el incomprendido, hasta culparle por su decisión de no asistir a la fiesta, pero ninguna funcionaría, su padre era impermeable a esa estrategia. Fue entonces cuando madurar fue lo más sensato, lo menos idiota, lo inevitable y así escogió la camisa que más llamó su atención.
Esa tarde “en la fiesta”, Jonás descubrió que la mayoría de sus compañeros, habían visitado la misma tienda del terror que el tanto llegó a odiar, no había sido el único en vivir esa tortura multicolor, muchas de las camisas que el rechazó, desfilaban desapercibidas para la mayoría, y la que el escogió, la que más se parecía a el, a pesar de su marca desconocida, a Jimena le gustó tanto que fue ella quien tomó la iniciativa para invitarlo a bailar.